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Los árboles no han dejado ver a Del Bosque

»Siguiendo con esta pequeña recensión de aspectos sobre la trayectoria de la selección absoluta de fútbol masculino del mismo autor, este escrito se corresponde con el final de la etapa de Del Bosque, y aunque han cambiado algunos jugadores, los conceptos básicos son tan actuales ahora como hace cuatro años.»

Para hacer un balance de la época de Del Bosque como seleccionador nacional, dejando aparte  sus  cualidades humanas y de gestor emocional del colectivo de jugadores seleccionados que nadie ha discutido o querido discutir, no hay más remedio  que observar su trayectoria “conceptual”: cómo ha hecho jugar a la selección nacional y qué resultados ha obtenido con sus diversos planteamientos y jugadores, e intentar  buscar una explicación racional a esos resultados.

Desde este punto de vista,  a lo largo de estos ocho años vemos claramente dos etapas: una primera de grandes éxitos, Mundial  2010 y Eurocopa 2012, y dos grandes decepciones, Mundial de Brasil 2014 y Eurocopa de Francia 2016,  éstas últimas agravadas por lo que suponen el contraste entre el peso de España y sus jugadores en las competiciones de clubes  y la forma de jugar reconocible que nos llevó a esos éxitos, y la constatación de nuestro particular descenso a los infiernos por caminos de juego que podemos calificar de ineficientes e inexplicables.

Evidentemente que en un país como España, acostumbrado históricamente a perder,  haber ganado dos euros y un mundial de forma consecutiva en la época dorada 2008-2012, los análisis globales de la época de Del Bosque en la selección son en general positivos, sin que los últimos eventos, resueltos por la vía rápida,  empañen el sentir general de haber llevado a España a la cima.

Y sin embargo,  ello no debería ser así.

Retrospectivamente, hay base para decir que Del Bosque ganó Mundial y Eurocopa sin saber realmente  porqué, de la misma manera que no sabe por qué razón nos eliminaron a las primeras de cambio en las dos últimas competiciones por naciones, además de  ofrecer un mal rendimiento en  las dos  Copas Confederación que hemos jugado.

Resumiendo:  es más lógico  pensar que España ganó más y mejor cuando hizo las cosas bien,  y que perdió cuando lo hizo peor, y que eso es algo que se puede racionalizar, para aprenderlo y no volver a tropezar en ello.

Lo que ocurre es que en el caso de España, las últimas derrotas han sido especialmente tristes, por lo que suponen de constatación de la falta de visión y reflexión del seleccionador del sistema de juego que le dejó su antecesor, y cómo lo ha malbaratado apartándose de los principios que lo definen , principios que han ido adaptando otros combinados nacionales para colocarse en el sitio que España, por su mala cabeza, ha dejado libre.

Un heredero manirroto que ha echado su hacienda a perder, sí,  por su mala cabeza.

Conceptualmente, España ha repetido en Francia los males de Brasil, y lo que es peor, ha dejado de ser competitiva. Lo era bajo unos parámetros, pero ha dejado de serlo gratuitamente y sin ninguna necesidad, y ésta es la verdadera tragedia que deja Del Bosque.

El origen del cambio de metodología de juego puede cifrarse en la semifinal de la Copa Confederaciones de 2013 contra Italia, que salió a presionar la salida de la pelota de Casillas, portero que no tiene dominio de la pelota con los pies, y que encadenó una sucesión de balones largos que provocaron multitud de pérdidas y contrajuego italiano, quien tuvo a España contra las cuerdas en muchas fases del partido.

Italia había aprendido de sus experiencias contra España en las Euro 2008 y 2012 y estaba resuelta a evitar sufrir un sistema de “gota malaya” de posesión y control,  que a medida que avanza el partido, resulta asfixiante para el contrario, que llega cianótico al final del encuentro. Para ello,   atacó desde el primer momento el origen de la jugada,  el saque del portero y la presión a los laterales,  intimidando la salida de balón,  para generar aleatoriedad en la posesión, balones divididos y oscurecimiento de las cualidades técnicas y tácticas de los centrocampistas españoles, menos dotados físicamente.

En aquel partido quedó meridianamente claro que un portero  que no sabe jugar con los pies, como Casillas, queda descartado para aplicar un sistema de juego de control y posesión como el hasta entonces, mal que bien , había ido aplicando España bajo la época Del Bosque.

Prandelli fue táctica y estrátegicamente superior a Del Bosque en ese partido, resuelto en los penaltis a nuestro favor,  pero que en los laboratorios que cuentan (Löw) indicó el camino a otros.

Quizá como consecuencia de ese partido y la final ante Brasil, y ante la aparición de jugadores en forma en la liga española a los que contra viento y marea se quiso buscar acomodo, (Costa), junto con la apuesta del seleccionador por el mismo portero en Brasil 2014,- a pesar de que fue suplente  la mayor parte de la liga previa- la repetida estrategia  de balones largos desde portería y balones al espacio a Costa, jugando como nueve puro,  en el primer partido contra Holanda nos llevó a desdibujar nuestros puntos fuertes, y fundamentalmente  el control del ritmo del partido, y a quedar muy mermados psicológicamente, algo que aprovechó Chile para echarnos sin más contemplaciones.

Este partido  sirvió a Del Bosque para dar su verdadera medida conceptual al crucificar a Xavi Hernández, seguramente el mejor jugador español de todos los tiempos y el principal artífice de los éxitos previos;  pero fue en realidad la apuesta táctica por Casillas y Costa lo que nos condenó.

¿Por qué?

Básicamente porque  implicaba de facto  despreciar  la salida ordenada de balón  y la evitación de su pérdida continuada  a través de estas dos piezas, lo que condenó a grandes rasgos el juego español, que de continuado y controlador  pasó a intermitente, generando contrajuego y creando dudas, pues España se encontró incómoda sin el balón y el control, algo previsible que habría que haber evitado a ultranza.

Pero Del Bosque había tenido aciertos  en el pasado reciente, como la inclusión de Busquets como  medio centro,  el apuntalamiento de la medular con el doble pivote, y  una innovación teórica que le había dado un gran resultado: el llamado “falso nueve”, con Cesc repartiendo juego en la punta de ataque, que sirvió a España para decantar el juego en Sudáfrica en  partidos trascendentales , especialmente contra Paraguay en cuartos de final y contra Holanda en la final, así como para dominar claramente el primer partido de la Euro 2012 y en la final contra Italia.

La colocación de un jugador no físico, Cesc, en la punta de ataque, muy consciente de su labor como mero continuador de la jugada, de su función asociativa, combinativa con los jugadores de segunda línea,  y de su inferioridad física frente a una defensa colocada, evitándola y sacándola de sitio,  generó una gran superioridad estratégica de España en todos los partidos en que se aplicó, pero la razón para ello es relativamente sencilla: simplemente, se evita en gran medida la pérdida de la iniciativa y el control, ahondando en la orfandad de la pelota del contrario y en la asunción psicológica de su inferioridad, lo que  tiende a cristalizar a medida que el juego avanza.

Incomprensiblemente, el sistema de enjambre de centrocampistas asociativos que llevaron a España a dominar como ningún equipo anterior en la Historia los partidos lo abandonó Del Bosque en algún momento indeterminado de dos mil catorce, y desde entonces España ha ido de mal en peor, con sólo algunos destellos ocasionales de juego coral.

La inclusión en esta Eurocopa de piezas en el equipo que no saben hacer circular la pelota, ayer Casillas y Costa,  hoy De Gea, Nolito, Morata o Juanfran, que la cortocircuitan o directamente la pierden o regalan (jugadas de uno contra uno,  mala colocación para recibir, normalmente por pasividad posicional,   precipitación,  falta de inteligencia para leer el partido, etc.)   condenaron a España contra Italia en octavos de final: Italia aplicó el libreto con el que Prandelli nos hizo sufrir en 2013, y ante la pasividad en la dirección de Del Bosque, que podía imaginárselo, nos dejó a los pies de los caballos en una primera parte de inferioridad manifiesta que sólo milagrosamente terminó en 1-0.

¡Qué diferencia con los primeros minutos de los cuartos de final entre Alemania e Italia! Löw, el verdadero discípulo y continuador  de Luis Aragonés,  había visto los octavos y sorprendió con un tercer central, pero no para defender, que también, sino fundamentalmente para obtener superioridad en la salida de balón desde portería y mandar el mensaje al contrario de que con su apuesta podía hacerse mucho daño. Italia abandonó la presión de salida de pelota a portero y laterales al cabo de unos minutos, pues tenía inferioridad de piezas, y de esta manera el centro del campo fue alemán, y más a medida que el partido fue avanzando.

Volviendo a España, los males de Brasil se repitieron: hemos jugado con un portero que tiembla con la pelota en los pies ( De Gea), un lateral manifiestamente mejorable (Juanfran),  moroso en la circulación, pasivo posicionalmente, lo que se ha traducido en multitud de pérdidas de posesión,  y falto de inteligencia táctica en momentos cruciales ( Perisic), y con dos agujeros negros en términos de pérdidas de pelota por falta de nivel cooperativo, precipitación e individualismo,  mala colocación para recibir y circular la pelota,  generando posibilidades de contrajuego ( Nolito y Morata), que han hecho bajar nuestro nivel de competitividad, y dejar de ser sólidos.

Todo ello nos lleva a pensar que Del Bosque aplicó unos principios heredados que, si bien nominalmente mantuvo,  fue dejando de aplicar en la práctica, dando la sensación a estas alturas de que no sepa realmente porqué lo ha hecho.

En fin, descanse (mos ) en paz.

Ante la llegada de un nuevo seleccionador,  queda solamente que vuelva a una concepción canónica del juego que llevó a España a la cima, y si no quiere copiarnos a nosotros mismos,  que lo haga a los que han cogido nuestro relevo, a ver si así, al importarlo desde fuera, la ceguera de nuestros comentaristas queda compensada con su (nuestro) papanatismo congénito, que siempre ha preferido en términos intelectuales,  lo de fuera a lo de dentro.

Y es que, para bien y para mal, esto sigue siendo España.

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